29 de julio de 2011

Pequeños placeres matinales

Aunque soy una mediterranea típica (me gusta alargar la noche y por las mañanas levantarme tarde) Mi Churrumbel (Mi Ch) aún no se ha enterado del meridiano en el que vive e insiste en levantarse pronto todos los días.

No voy a decir que toooodos los días me levanto como Heidi alegre y cantarina, más bien soy de las que se arrastra por el mundo hasta las 10 de la mañana a la espera que el café me haga efecto y tenga fuerzas de afrontar la rutina diaria. Pero últimamente he descubierto el pequeño placer de levantar a Mi Ch, sin prisas. Primero él se despierta y me llama (el poner pie en el suelo por primera vez no deja de ser dificultoso como siempre), me dice -sin palabras pero con un firme dedo indicador- que quiere que le pase uno o dos chupetes de la caja donde los guardo. Se los paso y aprovecho para darle un primer beso de buenos días en la frente.

Salgo de su habitación y con cierta premura preparo un desayuno ligero. Estos días un vaso de leche frío (me da  pereza hasta meterlo en el microondas) con corn flakes suele ser lo más habitual. Me lo tomo en silencio en la cocina, de pie. Pensando, egoísta que es una, que vivir sin pareja me ahorra la complicación de compartir espació con otro adulto malhumorado y con prisas o, lo que sería peor aún, con un adulto feliz y sonriente -lo cual haría más evidente mi falta de entusiasmo por toda actividad a esas horas-. Es mi momento "misantrópico" del día.

Enseguida Mi Ch me reclama.  A la tarea! - me digo y disipo todo rastro de pensamiento propio para el resto de la jornada.

Lo saco de la cuna y aprovecho el momento de cambiarle el pañal y vestirlo para jugar un rato de forma perezosa. Nos lo tomamos con calma. Él está fresco y tiene paciencia conmigo y yo, aún medio dormida. aprovecho para acabar de despertarme jugando con él a hacerle pedorretas en la planta de los pies (aún no tiene cosquillas), contar los deditos de una mano o simplemente acariciar sus rizos revoltosos.

Después llegarán las obligaciones diarias, el correr de un lado para otro, la papilla, las cacas, el curro, las compras apresuradas , las tareas domesticas y demás. No importa. Durante 10 minutos nos hemos dedicado a holgazanear, a perseguirnos con la mirada mientras él hace gorgoritos en una lengua que desconozco y yo le explico cosas sin ninguna importancia -y a veces sin sentido-.

Como dos monitos de esos de los documentales que en un claro de la selva juegan (ignorantes del mundo) y disfrutan de la mutua compañía en un instante perdido del tiempo.

7 de julio de 2011

El mundo sobre tacones

Hace un par de días me he comprado unas sandalias Panamá Jack (no lo digo por publicidad, sinó para que tengáis idea de qué estoy hablando). Son cómodas y con ellas las caminatas con Mi Ch se hacen más fáciles (sobre todo ahora con el calor), pero son HORROROSAS.

Bajo los ojos hacia mis pies y allí están: grandotas, de color marrón aventurero ,dispuestas a rondar por la jungla acompañadas de pantalón corto, camisa blanca y un pañuelo en el cuello (lo reconozco he visto demasiado cine de aventuras Hollywoodiense de los 50 ).

Pero en la ciudad, con un ropa "normal", el pelo recogido en una coleta (más rápido de hacer y más resistente a las poderosas manos de Mi Ch), hablando sola por la calle -pues el niño no es aún capaz de responder- "un titi, has visto?; mira un perrito; caramba! que moto más bonita.... ", arrastrando el carrito de paseo, la bolsa para el carrito de paseo y demás adminículos (pote de galletas, pote para el agua, pote para chupetes, trapito para limpiar manos,...), me imagino que debo haber pasado al grupo de las mamas de aspecto desaliñado que vamos por ahí como ejemplo viviente de lo duro que es tirar adelante a una criatura.

Cierto es que nunca mi silueta me ha permitido ser una fashion victim (que si hubiera podido otro gallo me hubiera cantado) pero me gustaba pensar que dadas mis posibilidades no vestía del todo mal. Cuando salía de la zapatería el otro día sabía que había pasado al lado oscuro de la moda. Pronto seré carne de cañón para esos realitys que te llevan al plató y te muestran lo desastre que vas y te explican como debes vestir (porque es evidente que tu no tienes ni pajolera idea) y luego tiran tu ropa a la basura (porque es idem) y al final bajas de una limusina convertida en una fantaaaássstica nueva mujer que llora agradecida y bla, bla,...

Tacones? A la porra con ellos!!! Que si tienes que ir al parque -ese que tanto le gusta y que está lleno de arena- o colgártelo al cuello cuando se cansa de ir en el carrito o subir las escaleras con niño-bolsa de niño-bolsa de la compra-bolsa de mama, es mejor ir bien calzada o no llegas al final del día.

Ropa de temporada? Para qué? Mejor comprar algo no muy caro, que cuando tengas que tirarla porque la ha roto o ensuciado sin remedio no sea un drama tirarla a la basura.

Me digo a mi misma que esto solo es una etapa (para que funcione lo has de repetir como un mantra mil veces al día) hasta que el niño crezca un poco y mientras tanto procuro pasar sin mirarme en los espejos, como si fuera un vampiro que sabe que perdida su naturaleza humana ya nunca ha de volver a ver su reflejo. Sniff! 

Seguiré hojeando revistas de moda y soñando con que algún día volveré a tener tiempo para ir al gimnasio para adelgazar, podré usar ropa sin lamparones y dejarme el pelo suelto sin temor a que Mi Ch me haga un retoque en medio de la calle y acabe pareciendo Marge Simpson.
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